Os confieso una cosa: conozco un pu?ado de socios del Barça que, sin pens?rselo, sit?an por defecto a Leo Messi en su ?rbol geneal?gico. Es decir, sostienen que tras el nacimiento de sus hijos o el d?a de su boda, nada les aport? mayor felicidad que el crack argentino. Vaya, que es casi lo mejor que les ocurri? en sus vidas. Amor y dolor, a partes iguales. Amor por lo que hizo en el campo. Dolor por un final para el que nadie se prepar?.

Quién ama este juego y ha vivido desde la l?nea de flotaci?n la inmensa carrera del genio en el Camp Nou entiende ese sentimiento. O incluso, lo comparte. Por aqu? pasaron los mejores, pero ninguno como Messi. Nadie con su impacto en el museo del club. Eso s?, tampoco ning?n otro lugar como el Barça y Catalunya para acogerle. Para Leo y para quienes han vivido a su sombra, esta casa y esta tierra fueron milagrosas. Providenciales. Para desarrollar el talento del astro y para mejorar el estatus econ?mico y social de los Messi.

Por eso, cuando una pieza de ese entorno, por menos conocimiento y preparaci?n que destile, trata con tanta frivolidad al club que sufrag? el crecimiento de su hermano y*nueve contratos de su carrera, el barcelonismo se hiere y le se?ala. Aunque luego se retracte en un comunicado surrealista que se comenta solo. Leo todav?a no ha renovado pero no parece, a priori, que vaya a volver. Se march? entre l?grimas y firm? por el PSG, enemigo azulgrana. El Barça debe aprender a andar sin él. Y lo est? haciendo, de la mano de Xavi.

Pero si hay que sentar las bases para que esto termine c?mo deber?a - reconocimiento a Leo -, las partes deben centrarse. Laporta, admitiendo que fracas? alimentando una renovaci?n virtual. Y Messi, aparcando su enfado. El Barça no es su presidente. Es su gente. Esa que, por ejemplo, tanto le consol? cuando en su pa?s le humillaban por no ganar. A ella se debe Messi. No a Laporta.



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