Appiah es uno de los cientos de migrantes que estos d?as vuelven a llenar el cuartel de Las Canteras de La Laguna. Lleg? a El Hierro hace ya tres semanas y ahora aguarda en la Isla su pr?ximo destino. Mientras llega una soluci?n, él y sus compa?eros se han convertido en ‘cazadores’ de wifi, de l?neas de comunicaci?n inal?mbricas que usan para permanecer en contacto con sus familiares directos.

Appiah naci? hace 14 a?os en Lac de Guiers (Senegal), es el sexto de ocho hermanos y el quinto que intenta la ruta canaria. Hace tres semanas lleg? a La Restinga (El Hierro) en un cayuco en el que viajaban casi un centenar de migrantes. Estuvo en alta mar seis d?as y medio [duda con la cuenta]. Su madre es aguadora en el gran lago que suministra agua potable a Dakar y de su padre no tiene noticias desde hace tiempo, a?os indica agitando la palma de su mano derecha por encima de su cabeza. Rapado y con unos ojos saltones –en el izquierdo tiene un fino hilo de sangre que enrojece la parte inferior–, éste es uno de los cientos de menores migrantes que vuelven a ocupar las carpas del cuartel de Las Canteras (La Laguna). Todo empieza con un «Hola» y una inocente sonrisa.

Appiah camina solo por el paseo de Las Canteras. Palpa una y otra vez la pantalla de su m?vil en un per?metro pr?ximo a unas viviendas. Sus gestos destilan angustia, como m?nimo una generosa dosis de nerviosismo, y en cuanto gana algo de seguridad lanza su pregunta: «?Tienes wifi?». El peque?o senegalés –a ojo no mide m?s de 160 cent?metros– rastrea una red inal?mbrica para conectarse a internet. «No datos, presta wifi», acierta a decir al m?s puro estilo Toro Sentado y alzando su m?vil al cielo.

Appiah lleg? hace tres semanas a El Hierro, quiere ser médico y echa de menos a su madre







Appiah conoce bien c?mo funciona el asunto migratorio –los pagos que se hacen para garantizarse una plaza en un cayuco, los pasos que dan los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado cuando éstos pisan tierra firme y los procesos de repatriaci?n o traslado a otra comunidad– por lo que le han contado sus hermanos. El mayor vive en Francia, cerca de Par?s, desde hace m?s de ocho a?os. Otro juega en las divisiones inferiores de un equipo de f?tbol de la Jupiter Pro League belga. El tercero ahora est? en St-Louis (Senegal), tras una devoluci?n en caliente, planificando otro asalto a Europa. Del ?ltimo, al igual que de su padre, no sabe nada desde hace m?s de tres a?os. ?ste, como él, no sab?a nadar.

El m?vil es lo ?nico que le une a su madre. Cada d?a la llama un par de veces, en ocasiones hasta tres, a primera hora, justo antes de almorzar y cuando cae el sol. En las ?ltimas conversaciones le cuenta que aqu? hace mucho calor y que no le gusta estar solo... Appiah se despidi? de ella hace un mes y sabe que ésa, seguramente, fue la ?ltima vez que sinti? sus caricias. Ahora s?lo queda su voz y una imagen en la pantalla de su teléfono que guarda como oro en pa?o para evitar robos o da?os irreparables.

Appiah, que sue?a con ser médico, quiere quedarse en Espa?a y estudiar. «No volver», repite asustado antes de cruzarse con otra docena de compa?eros que han salido de cacer?a. Celebran con saltos que entre tantas vueltas, por fin, encontraron una conexi?n gratis [algunos vecinos y locales comerciales han chapado las suyas con claves para impedir que los peque?os se arremolinen delante de sus jardines o en los accesos a los negocios] con la que poder matar los tiempos muertos entre comida y comida. Appiah trabaj? a?os como aguador en Lac de Guiers, limpiando pescado para restaurantes o vendiendo fruta en el mercado. No dej? de ir a la escuela, pero parte de la inversi?n hecha para comprar un asiento en la embarcaci?n que arrib? a El Hierro la amas? con las ganancias obtenidas entre c?ncamo y c?ncamo. Historias como la suya hay cientos en Las Canteras, pero también el recelo es grande. "T? no polic?a", pregunta cuando se siente interrogado. Appiah se escabulle al interior del excuartel de Artiller?a inc?modo. Eso s?, antes de cruzar el port?n principal se vuelve y dibuja una sonrisa en su cara. "T? no polic?a, t? periodista", descubre entre unas carcajadas que son el reflejo de la excitaci?n por un encuentro fortuito cuando sali? a cazar wifis.



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