Todo mediofondista necesita tener baja frecuencia cardiaca en reposo. Salvador Illa (La Roca del Vallès, 1966), el ganador de las elecciones catalanas, suele estar en las 55 pulsaciones al minuto. Un temple que entrena cada d?a corriendo por lo menos una hora cuando las calles no est?n ni puestas, pero que también tuvo que esculpir en su etapa como ministro de Sanidad al frente de la pandemia. En caso de emergencia, lleva unos clips met?licos de papeler?a en el bolsillo que va deformando para no perder la calma.
Lo mismo va a necesitar unos cuantos ante las tortuosas negociaciones que se avecinan, porque su marat?n m?s compleja es la de convertirse en 'president' de la Generalitat tras tres a?os sudando como jefe de la oposici?n y con el fantasma del bloqueo sobrevolando sobre las urnas a?n humeantes. La constancia la tiene. N?meros, también. Pero también tiene al acecho saltadores de pértiga que har?n c?lculos con la Moncloa.
Tan racional como creyente
Dirigente imp?vido, defensor acérrimo de tocar con los pies al suelo y fiel a la prosa del jesuita Baltasar Graci?n que dice que "la discreci?n en el hablar importa m?s que la elocuencia", el aspirante a la presidencia de la Generalitat tiene un San Pancracio en su despacho. Licenciado en filosof?a, Illa es tan racional como creyente por tradici?n familiar. Poco amigo de las estridencias en pol?tica, de decir una palabra m?s alta que la otra, pero también severo y contundente cuando toma decisiones dentro y fuera del partido. También ante episodios como el del 'procés', pese a la misericordia exhibida cuando, empujados por necesidad, los socialistas han defendido la amnist?a o tendido la mano a los independentistas para sostener la legislatura en Barcelona y en Madrid.
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Su trayectoria ha estado marcada siempre de retos tan inesperados como complejos, por lo que no es extra?o que se encomiende al icono religioso de la suerte y la prosperidad a quien se rinde culto precisamente el 12 de mayo, d?a en que Illa se ha impuesto con 42 diputados -igualando el segundo mejor resultado del partido en unas catalanas- y rozando los 870.000 votos.
Una trayectoria contra pron?stico
Se afili? al PSC en 1995, mismo a?o en que se convirti? en alcalde de La Roca del Vallès contra pron?stico porque tres meses y medio después de las elecciones muri? de forma repentina Romà Planas, quien fuera su mentor pol?tico y secretario personal de Josep Tarradellas. Illa ostent? la vara durante 10 a?os en los que se construy? La Roca Village y con una polémica moci?n de censura de por medio que no le impidi? imponerse tras ella con mayor?a absoluta. Llegar?a después una etapa de trastienda, como director general de infraestructuras de la 'conselleria' de Just?cia primero -hasta 2009- y, después, como director de gesti?n econ?mica del Ayuntamiento de Barcelona durante la alcald?a de Jordi Hereu y coordinador del grupo municipal del PSC ja con Jaume Collboni en la oposici?n.
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Vino entonces el segundo cargo imprevisto, el que puso rumbo a su regreso a la primera l?nea: el de secretario de organizaci?n del PSC. Era la madrugada del 6 de noviembre de 2016, en pleno pulso entreMiquel Iceta, entonces l?der del partido, y la alcaldesa de Santa Coloma, N?ria Parlon, para confeccionar la ejecutiva. Solo con el nombre de Illa pudo haber consenso y acabar con el fuego cruzado en una etapa de convulsi?n para el socialismo: el 'procés' hab?a hecho mella en sus filas y en sus resultados electorales, y el PSOE estaba abierto en canal con la defenestraci?n de un Pedro S?nchez que justo empezaba a estrenar su manual de resistencia.
Urdidor de pactos
Labrar la tierra con sus propias manos para recoger sus frutos es otra de las pasiones de Illa, un trabajo de huerto aplicado también en la pol?tica. Tras el convulso oto?o de 2017, en el que particip? en manifestaciones de Societat Civil Catalana contra el 1-O, se puso manos a la obra desde la fontaner?a del partido con un objetivo claro entre ceja y ceja: romper los bloques. En 2019, estuvo en la cocina tanto del pacto del PSC con Junts para gobernar la Diputaci?n de Barcelona como en los fogones de la jugada con la queAda Colau arrebat? la alcald?a a ERC de la mano de los socialistas y el pacto con Manuel Valls. Meses después, S?nchez le confi? la negociaci?n con los republicanos para garantizar su investidura a cambio de la mesa de di?logo.
Tras esos tres éxitos, el presidente del Gobierno le ech? el ojo y, sin que constara en ninguna quiniela, lo convirti? en su ministro de Sanidad y, casi sin poderlo digerir, cay? a plomo sobre él la gesti?n de un virus sin precedentes. Fue entonces cuando retom? la actividad de correr y estrech? los v?nculos pol?ticos y personales con él. A tal velocidad, que apenas hab?a pasado un a?o cuando, mientras llegaban las primeras vacunas contra la covid, S?nchez le pidi? de sopet?n que fuera él y no Iceta el candidato en las elecciones catalanas de 2021. Entonces gan?, pero no fue suficiente. Los independentistas sumaban, y sumaron.
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La meta de la Generalitat
As? que empez? una contrarreloj en la que ha ido tomando ventaja mientras ERC y Junts se divid?an cada vez m?s. Cuanta m?s bronca entre independentistas, m?s mano tendida del PSC, que se ha desbrozado la v?a del pacto a derecha e izquierda con los unos y con los otros y dando a Pere Aragonèsla estabilidad que le negaron sus exsocios. Todo, con un programa con gui?os tanto al obrero como al patr?n. Esta vez, la victoria de Illa es contundente, aunque para acanzar la meta de la Generalitat a?n le queda un duro esprint no exento de riesgos.
Como San Pancracio, promete salud y trabajo sin salir del marco del Estatut. Arremangarse por las 'cosas del comer' y los servicios p?blicos y no por referéndums y confrontaciones. Porque él no es un Killian Jornet y sus maratones pueden ser largas y cuesta arriba, sometidas a inclemencias meteorol?gicas y a riesgo de lesiones, pero tienen tierra firme y un trazado definido que marca sus l?mites como mediofondista.
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