“Mi vida ha sido muy bonita”, sonr?e Laura con luz en los ojos y un poco de carm?n en los labios. Cuenta los meses que le quedan para el 4 de agosto; fecha en la que -asegura rotunda- cumplir? 102 a?os. Rodeada de dos de sus hijas, abre las puertas de la casa y del recuerdo en un d?a de mayo florido pero con un tel?n de lluvia. Le gusta leer, le gustaba bailar, le ha encantado la playa y ha amado a su marido hasta el final. De joven estudi? cultura general en Madrid durante tres a?os y todav?a lee “las letras grandes” del peri?dico. Se ha nutrido de la huerta familiar aun cuando se traslad? a vivir a la ciudad y hasta hace poco, labraba la tierra. Una despensa rural de berzas o huevos de gallinas en libertad. Pero si algo destaca con orgullo de su curr?culo es haber criado a tres generaciones: hijas e hijos, nietos y bisnietos que ya alcanzan la treintena. Quiz?s haya heredado ese talante pionero de su madre, que quer?a ser mecan?grafa, pero no pudo por haber nacido mujer.

A los pocos minutos de conversaci?n, confiesa: “Si no fuera por la bicicleta, hoy no andar?a”.

El traumat?logo que atendi? a Laura Fern?ndez Salgado después de una compleja fractura de cadera y fémur no daba crédito cuando la mujer entr?, solo un mes después de la operaci?n, caminando por la consulta. Los médicos hab?an dicho a la familia que la centenaria ten?a muchas papeletas para no volver a andar.

“Veo el mundo peor; la vida ya no es tranquila como antes”, razona la centenaria Laura Fern?ndez

“Veo el mundo peor; la vida ya no es tranquila como antes”, razona la centenaria Laura Fern?ndez







Hoy, cinco a?os m?s tarde, se sube en su bicicleta a diario para pedalear durante una hora. Las cuentas de algo que se asemeja a un collar cuelgan del manillar. Porque ese no es el ?nico ejercicio que realiza. Mientras sus piernas hacen latir el coraz?n y las ruedas est?ticas, su mente recorre otra geograf?a y se adentra en un sendero religioso. “Cuando estoy en la bicicleta: media hora pedaleo hacia adelante y otra media hora para atr?s y rezo el rosario”, explica.

?Y de ni?a? El pulso r?pido, con su hermana llorando en su regazo. El camino hacia un horno comunal donde sus padres coc?an pan cada semana es uno de los primeros recuerdos que envuelve a Laura en un t?nel del tiempo. La traslada a Listanco. En esa localidad de Maside, en Ourense, naci? en 1922 junto a otros seis hermanos. Y all? viv?a al amparo de una casa rectoral y de su t?o p?rroco, Gumersindo Pav?n, quien se sab?a en el punto de mira por sus oratorias pol?ticas.

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Salir de aquellos muros constitu?a una amenaza. Pero el bebé no paraba de llorar aquella noche y sus padres estaban fuera. Tras un susto en una esquina, Laura y la peque?a -su hermana Lupe, que hoy tiene 86 a?os- fueron escoltadas por los vecinos. “El p?rroco y su familia estaba en la lista para el pared?n”, confirman con tranquilidad sus hijas. “Dispararon a mi t?o abuelo yendo en coche, pero la bala rebot? y le dio al sacrist?n, que se muri? en el acto”, explica tranquila Laura. No pesta?ea al rememorar esos duros episodios de la guerra, ni al reconocer la muerte de dos de sus hijos de corta edad, mellizos. “Veo el mundo peor; la vida ya no es tranquila como antes”, razona parad?jicamente.

“Nos quisimos mucho”, rememora del que fue su marido desde los 27 a?os y durante m?s de cinco décadas, José del R?o. Tras descubrir una fotograf?a enmarcada en una de las librer?as de la casa, la dedicatoria final refleja el cari?o rec?proco de su compa?ero: "No quiero que al mirarme me recuerdes, sino que al recordarme me mires", lee Laura feliz, creyendo que el amor, s?, ser? inmortal.



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