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Reem
04-17-2023, 10:41 AM
En la vida literaria espa?ola hubo un aragonés raro que siempre quiso ser de Buenos Aires. Fue, en vida, una de las m?s influyentes personalidades entre las que tuvo este pa?s, que lo us? para que celebrara la literatura, para que mejorara la lengua, para que fijara y diera esplendor a un diccionario que no pod?a reposar como si fuera viejo.

Ahora, cuando se ha cumplido su centenario, su preciso centenario, el de su nacimiento, ocurrido este jueves ?ltimo, muchos nos dimos cuenta de que pocos lo recuerdan, muchos se han olvidado de él, o al menos han tenido el reloj a deshoras como para ocuparse como Dios manda del que mand? a callar hasta que se escuchara mejor la lengua espa?ola.

El olvido est? lleno de palabras que él mismo puliment? para que no se perdieran. Palabras de la vida, del teatro, de la literatura, del periodismo, y palabras del olvido.*El olvido est? lleno de palabras, y también de las palabras que se juntan en el nombre de Fernando L?zaro Carreter.

Ten?a una autoridad imponente, que se hab?a impuesto hasta de su voz, su modo de caminar, de asirse a la vida y a las cosas, su manera de escuchar la radio y de contarla, de referirse al f?tbol y a otros deportes para explicar por qué era necesario escucharlo todo para que la lengua viviera de otra manera en la palabra de la gente.

Olvidarse de Fernando L?zaro Carreter debe ser tomado como pecado mortal

Era su actividad propia, de noche y de d?a, y aunque*era un intelectual, un hombre obligado por su propio conocimiento a ser un vig?a de esta prosodia, era también imaginativo y cordial. Escuchar era su oficio, y dictaminar sobre lo que le produc?a curiosidad o esc?ndalo fue una de las materias de su poder de lingüista que nos dec?a a los periodistas errados en qué otra cosa nos hab?amos equivocado al usar a Cervantes en vano.

Olvidarse de Fernando L?zaro Carreter debe ser tomado como pecado mortal para el que recuerde lo que hizo en la Academia de la Lengua, a la que ayud? a existir hasta en los tiempos pedregosos en los que el Gobierno (el de Felipe Gonz?lez) hubo de acudir al rescate porque aqu? no siempre la lengua se tom? en serio. Ni ahora.

Y aquel hombre radicalmente serio tuvo las agallas y el riego vital como para convertirse en un hombre de Estado (consejero de Estado fue por ello) que obligaba a fijarse en ese bien com?n que es hablar bien.

Fue por dos veces director de esa Casa de las palabras, y lo fue no porque el poder lo llevara, o no tan solo, sino porque la envergadura de su prop?sito dur? a?os en consolidarse, hasta que la Academia de ahora empez? a ser la suya y la de los otros. Hasta este momento en que se produce el centenario de una figura de la que, la verdad, no pensé jam?s que alguien se olvidara.

Olvidarse de Fernando L?zaro Carreter, y que lo hicieran la vez la academia y el periodismo, es una haza?a que s?lo se entiende o porque en Espa?a se perdi? la memoria o porque ésta se halla deste?ida, en manos de la prisa, ese galgo que protagoniza el viaje a la nada del olvido en la que habitan los grandes hombres de los que no sabemos nada porque estamos a otras cosas, o estamos a nada.

Fernando L?zaro Carreter. Pesaba como un hombre grande, ten?a las espaldas como para llevar arriba un quintal de libros o de ideas, y caminaba lentamente.

Al final de su tiempo, atacado por los dolores que lo hac?an reo de fisioterapia un d?a y otro, era un hombre que necesitaba afecto y alegr?a, y a veces dec?a, por teléfono, que le fueras a ver, que luego lo llevaras a alguno de los restaurantes del norte de Madrid y que, si se terciaba, que lo invitaran a hablar de cualquier cosa y no tan solo de las palabras académicas que él cuid? como parte de un huerto encomendado por la historia espa?ola de las buenas letras. Entonces era cuando hablaba de Buenos Aires como quien lo so??.

Ya su propio nombre es largo como el cumplea?os de un rey. Era, en vida, y acaso un poco después de la muerte, requerido para hacerle decir elogios o discursos, pues era una palabra bien dotada, de lenguaje y de prosa, y ten?a un prestigio impresionante del que presum?an también los peri?dicos o las instituciones que se sirvieron de su pasi?n por saber para ilustrarse a s? mismo de cultos o cultivados, de parte actuante de la lengua espa?ola.

Después, el olvido, este olvido del que el ?ltimo jueves, ese d?a se?alado, lo celebr? un pueblo de Madrid, Villanueva de la Ca?ada, donde est? la biblioteca Fernando L?zaro Carreter, que a él tanto le gust? inaugurar precisamente el 13 de diciembre de 2022.

All? lo recuerdan, all?, entre aquellas maderas que siempre parecer?n recientes, de las que él se sinti? orgulloso como se sent?a orgulloso de los libros que iba albergar ese lugar sin tiempo que es una biblioteca.

Lo llamaron, dijo, de esa biblioteca, all? fue, y se qued? entra?a entre aquellos vol?menes recientes, como quien es asaltado por la naturaleza del futuro en el que ahora se refugia su nombre propio. Muri? en 2004. Hab?a nacido en Zaragoza, esa era su ra?z, y fue catedr?tico de universidad y de instituto.

Charo L?pez, su paisana, me dijo cuando le recordé que su amigo, y su profesor, cumpl?a los cien a?os y pocos se hab?an acordado) que él siempre le dec?a, en las clases salmantinas, que ella*'estaba expulsada'*de clase…

Entonces era cuando hablaba de Buenos Aires como quien lo so??

En 2003 esa amiga que fue también, para L?zaro Carreter, del teatro y del cine que a él tanto le importaban, present? con otros una nueva salida de su*'Dardo en la palabra',*el*'diccionario'*de faltas y recriminaciones que él nos dedic? a los periodistas en memorables series de denuncia, amable, pero potente, de lo que hac?amos o hacemos mal los que redactamos en los peri?dicos…

En esa fotograf?a de 2003 ah? est? Charo, con su maestro, y con otros que los acompa?amos precisamente al ?nico sitio donde ahora, en el centenario de su muerte, se han acordado de aquel hombre que amaba Buenos Aires, y que nunca fue a Buenos Aires…

Al borde del precipicio en que se reflejan los a?os le pregunté a L?zaro en su casa, en la ?ltima entrevista que le hice, cuando ya sab?a que aquel sabio era, adem?s, un ni?o grande con dolores, si hab?a algo que hubiera querido hacer…

Me mir? con los ojos que parec?an melanc?licas ferocidades de ni?o que sue?a con rectificar el pasado.*Entonces me dijo que lo que hubiera querido hacer, en su vida, era haber sido de Buenos Aires. Ese ramalazo era una carta al futuro, y ya no hubo futuro.

Se muri? poco después, sin haber hecho ese viaje. Ahora esta despedida invoca esa ciudad de Borges y de L?zaro como si, desde Villanueva de la Ca?ada o desde Arag?n, le llegara a don Fernando un telegrama que le da la direcci?n a la que un d?a quiso dirigirse. El sue?o ya es centenario y ni Borges est? para darle la bienvenida al espacio en que quiso vivir la naturaleza de su esperanza.



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