المساعد الشخصي الرقمي

مشاهدة النسخة كاملة : La realidad de las empleadas del hogar: "Somos las esclavas de este siglo"


Reem
03-07-2024, 08:30 AM
"Soy cuidadora, enfermera, peluquera. Limpio, cocino, hago la compra, plancho, hasta pongo enemas. La entrega es total, no hay descanso. A veces no recibes ni un gracias. Los abusos son habituales". Mar?a Cristina —nombre ficticio— se expresa con contundencia en uno de los pocos descansos que le permite su frenética rutina. Es mujer, migrante y trabajadora del servicio doméstico en casa de un matrimonio de ancianos. Es educada y emp?tica, pero las coyunturas de su actividad no han conseguido volverla sumisa. En Venezuela, su pa?s natal, ejerc?a como auxiliar de enfermer?a. En A Coru?a, donde reside desde hace a?os, se desempe?a como todo lo anterior. Ni en su contrato, ni en su n?mina, ni en su cotizaci?n, consta as?. "No tenemos derecho ni a enfermar. Si coges una baja, se enfadan. Fui a trabajar con principio de bronquitis porque no pueden estar sin m?. Y aun as?, estamos mal pagadas y mal tratadas", denuncia.

De Venezuela, Colombia, Rep?blica Dominicana, Per?, Bolivia o Ecuador. En asfixiante régimen de interna y renunciando a sus propias expectativas vitales, o alternando hogares y descansando unos minutos al d?a in itinere en el transporte p?blico. Con hijos que alimentar y con familias a miles de kil?metros que dependen de sus remesas. Pero siempre mujeres, migrantes y casi siempre solas ante un sistema que las necesita, pero no las protege. “Es un trabajo que requiere paciencia, todo el amor del mundo y saber mirar a otro lado cuando te hacen un desprecio, que es muchas veces. En este servicio vas a ver muy pocas espa?olas. A las espa?olas no las putean, con perd?n, como a las extranjeras”, contin?a Mar?a Cristina.

La emancipaci?n de la mujer occidental y su progresiva incorporaci?n al mercado laboral se ha ido edificando a costa del trabajo de otras mujeres que, como Mar?a Cristina, asumen las labores domésticas y de cuidado de ni?os, mayores y personas enfermas o dependientes. Las mujeres migrantes sostienen el sistema global de cuidados, pero nadie las sostiene a ellas.

Un sector que, lejos de profesionalizarse y regularse en paralelo a su transformaci?n en servicio esencial, camina todav?a a paso de tortuga en materia de legislaci?n laboral y protecci?n de los derechos de sus trabajadoras, cuyo bienestar queda sujeto al arbitrio de la buena voluntad de sus empleadores. “El trabajo de cuidados se ha convertido en una actividad fundamental para que pueda mantenerse el modelo de familia del doble sustentador. Es el que permite el envejecimiento en el hogar, que es el m?s utilizado por las familias”, desgrana la soci?loga coru?esa Raquel Mart?nez Buj?n, autora de numerosos estudios en torno a la migraci?n y el trabajo de cuidados.

La labor doméstica, explica Mart?nez Buj?n, ha ido transform?ndose con el cambio en los h?bitos de vida. La actividad de asistencia y atenci?n a las personas dependientes han ido sustituyendo al trabajo de limpieza propiamente dicho El cuidado ya es el centro de la actividad. Las mujeres, responsables anta?o de velar por sus parientes dependientes en el hogar, trabajan fuera. La atenci?n a domicilio es la opci?n preferida por las familias, pero, a excepci?n de las opciones profesionalizadas, todav?a minoritarias, cuando se trata de trabajadores migrantes y en situaci?n administrativa o econ?mica vulnerable, el servicio casi siempre lo regulan las exigencias del que lo paga.

“El envejecimiento de la poblaci?n, la falta de pol?ticas p?blicas eficaces para afrontar situaciones de dependencia, la incorporaci?n de la mujer al mercado laboral y la ausencia de una implicaci?n masculina efectiva ha derivado en que el trabajo de cuidado se haya convertido en un servicio social”, explica Raquel Mart?nez Buj?n. “Hist?ricamente, el servicio doméstico se ha nutrido de mujeres en situaci?n de precariedad y de vulnerabilidad”, desgrana la soci?loga, cuando no de las renuncias de las figuras femeninas de las familias, asignadas por defecto al rol de cuidadoras. Ahora ese perfil lo encarnan las mujeres migrantes, que ya representan en torno al 63% del total.

“Primero fueron las que ven?an del campo a la ciudad como parte de ese éxodo rural. Ahora son las mujeres migrantes de pa?ses empobrecidos, en b?squeda de mejores oportunidades, las que lo sostienen, las que vienen a cubrir esos vac?os”, dice la soci?loga. Mar?a Cristina es una de miles. La mayor?a asume a su llegada el trabajo doméstico o el cuidado de personas mayores como un recurso temporal y de transici?n, para, en primer lugar, poner sus papeles en regla, acceder a algunos ingresos que les permitan asentarse y conseguir algo de solvencia econ?mica con la que emprender sus propios negocios, o que les brinde algo de tiempo para homologar sus t?tulos. Una pretensi?n que, arrastradas por las urgencias y las inercias del d?a a d?a, a veces no llega jam?s.

“Cuando llegué, quer?a homologar mi titulaci?n de psic?loga, pensé que la limpieza ser?a algo temporal. Llevo aqu? seis a?os y todav?a no he podido hacerlo porque todo el tiempo que tengo lo dedico a trabajar, sino no me alcanza para vivir ni para enviar dinero a mi familia”, cuenta Beatriz, también venezolana y que trabaja, en régimen de interna, en casa de una mujer mayor. Para ella, migrar no solo supuso renunciar a su formaci?n y a sus planes, también a sus propias expectativas y perspectivas de realizaci?n personal. A su autonom?a y a su tiempo libre. “Renuncias a tener una vida”, resume.

El régimen de interna, una f?rmula que suena an?mala a ojos de hoy, es la ?nica opci?n para muchas que, como ella, no tienen otra opci?n. “Tienes que estar 24 horas disponible. No tienes la intimidad de un cuarto en el que estar a tu aire. Comes de lo que come la jefa, descansas cuando ella quiere, al final est?s en su casa”, lamenta Beatriz. Nada de lo que dice resulta una rareza para Mar?a Cristina, que refrenda la norma. “Si eres interna, ni duermes. En la noche te levantas 4 o 5 veces para atender a la persona, y a la ma?ana siguiente tienes que rendir temprano para hacer las tareas de la casa”, lamenta.

El alargamiento de las etapas finales de la vida que ha propiciado la longevidad, una “conquista social”, que salvaguardan estas mujeres, ha provocado un repunte del régimen de interna, lejos de dejarlo desaparecer, tal y como, a priori, manda el progreso de los tiempos. La escasa cobertura de prestaciones como las que contempla la Ley de Dependencia apuntala esta opci?n. “Tuvo una revitalizaci?n en las dos ?ltimas décadas. Las pol?ticas p?blicas no han sabido afrontar este desaf?o porque requiere inversi?n econ?mica fuerte”, se?ala Raquel Mart?nez Buj?n. Mar?a Cristina lo resume con menos palabras: “Somos las esclavas de este siglo”.

Econom?a sumergida

El horario laboral de Luc?a comienza a las 8.00 de la ma?ana y termina a las 23.00 de la noche, cuando no m?s tarde por alg?n percance sobrevenido. La jornada de ocho horas es una utop?a en su calendario, en el que no existen los domingos ni los d?as festivos. Lleg? de Colombia a A Coru?a en 2019, dos meses antes del inicio de la pandemia. Sin documentos, sin trabajo ni un lugar donde vivir, pas? el confinamiento en un colch?n instalado en el almacén de mercanc?as del negocio de su hermana. All? estuvo diez meses. “Soy descomplicada. Me busco la vida. El primer a?o tuve que hacer filas en recursos para conseguir alimentos”. Se encoge de hombros, pero no se resigna. Cuando las restricciones se relajaron, comenz? a pasear mascotas de personas mayores o convalecientes por cinco euros la hora. Casi cuatro a?os después, compagina esa labor con el cuidado y la limpieza de otras tantas.

“Voy a cuatro o cinco casas al d?a. Me siento diez minutos, que es cuando aprovecho para comer. ?ltimamente duermo en el autob?s, porque me est?n saliendo casas en Mera. La gente ya me conoce y me despierta. No puedo decir que no, busco y busco, porque tengo que ayudar a mi familia en Colombia”, explica. Su ajetreado d?a a d?a le reporta alrededor de 950 euros al mes.

El a?o pasado, el Gobierno dio el primer gran paso en materia de legislaci?n laboral del sector de cuidados y trabajo doméstico a través de la aprobaci?n un Real Decreto que ten?a vocaci?n de equiparar las condiciones de las empleadas del hogar (https://www.sport.es/es/temas/empleadas-del-hogar-1911657) a las del resto de trabajadores. La norma hace efectiva, sobre el pape, la ratificaci?n del Convenio 189 de la Organizaci?n Internacional del Trabajo y reconoce a las trabajadoras el derecho a prestaci?n por desempleo y otros subsidios, las protege frente a despidos improcedentes y se abre estudiar las enfermedades profesionales.

El texto, pionero en su clase en Espa?a, no consigue amparar a las capas m?s vulnerables de un sector que todav?a nada en los contratos verbales y los pagos en mano, la econom?a sumergida (https://www.sport.es/es/temas/economia-sumergida-1878916)y la ausencia de mecanismos para paliar los riesgos laborales, lo que auspicia todo tipo de abusos hacia las trabajadoras. “Hay jefes buenos y jefes malos”, dice la mayor?a, “pero todas hemos tenido malas experiencias”.

Mar?a Cristina “echa a temblar” cada vez que algo desaparece en casa de sus empleadores —casi siempre, por descuido de estos— porque “todo lo que se pierde es por la chica de servicio, y hasta te acusan de robar”. Luc?a lleva la c?mara del m?vil encendida cuando acude a seg?n qué hogares, en los que ha sido v?ctima de violencia f?sica y verbal. “Una vecina me agredi? por bajar en el ascensor con la perra de otra. Me han insultado, tirado agua por la ventana y dicho que me vaya a mi pa?s. He notado el racismo. Me he ido llorando muchas veces”, confiesa Luc?a, desde su encrucijada, que es la de tantas. “No puedo soltarlo, tengo que aguantar hasta que encuentre algo”, insiste. Beatriz trabaj? sin contrato los meses que tard? en regularizar su situaci?n. M?s tarde, otra de sus empleadoras, relata, deduc?a la cuota de su seguridad social de su salario. “Y muchas m?s cosas —a?ade— pero no puedes denunciar. ?A quién van a creer, a la espa?ola o a la extranjera?”, inquiere. Las estrechas exigencias de la Ley de Extranjer?a, que obliga a presentar una oferta de trabajo y un m?nimo de tres a?os de residencia en el pa?s para optar a documentos legales, empuja a estas mujeres a trabajar sin darse de alta en la Seguridad Social y a cobrar en mano. “Es eso o la beneficencia, pero nosotras venimos a luchar por nosotras mismas y por nuestras familias”.

La mayor?a, con fundados recelos ante las alternativas que pueda brindarles el sistema, encuentran amparo en mecanismos de asesoramiento gratuito de entidades sin ?nimo de lucro, como Accem o la coru?esa Ecos do Sur. Gracias a los servicios jur?dicos de esta ?ltima, Mar?a Cristina descubri? que hab?a “regalado”, sin saberlo, horas a sus empleadores. “Me deb?an 6.000 euros por cuatro a?os: festivos, fines de semana... cuando se lo reclamé, me echaron. Tuvieron que readmitirme, pero solo me pagaron lo correspondiente a un a?o”, cuenta. Su resignaci?n se transforma en rabia. Su sentencia es la voz de muchas. “No puedes mandarles a la porra, porque necesitas el trabajo”.



أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/sociedad/realidad-empleadas-hogar-esclavas-siglo-99130534)

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